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Capítulo 9

El Altair y el Homebrew Computer Club

It's not like we were all smart enough to see a revolution coming. Back then, I thought there might be a revolution in opening your garage door, balancing your checkbook, keeping your recipes, that sort of thing. There are a milion people who study markets and analyze economic trends, people who are more briliant than I am, people who worked for companies like Digital Equipment and IBM and Hewlett-Packard. None of them foresaw what was going to happen, either.

No es que todos fuéramos tan inteligentes como para ver que se avecinaba una revolución. En aquel entonces, para mi, abrir la puerta del garaje, cuadrar el talonario, conservar mis recetas y cosas así podían ser una revolución. Hay millones de personas que estudian los mercados y analizan las tendencias económicas, personas más brillantes que yo, personas que trabajan para empresas como Digital Equipment e IBM y Hewlett-Pakard. Ninguna de ellas tampoco previó lo que iba a suceder.

Nuestra historia de la humanización de la informática no estaría completa si no recordáramos a dos de los principales impulsores del fenómeno de la informática personal: el Altair, el primer ordenador personal en ser un éxito comercial, y el colectivo de ultraentusiastas de la tecnología que, completamente al margen de las grandes corporaciones con recursos, ayudarían a evolucionar la informática. Colectivo que se refleja en los miembros de las primeras asociaciones o clubes de informática y especialmente en los primeros hackers, mal traducidos como piratas informáticos.

Un ordenador con nombre de estrella

El Altair y toda la pandilla de locos por la informática que agrupó a su alrededor, no forman parte de nuestra historia como destacados precursores de la informática fácil. Ni tampoco de la metáfora del escritorio o de la noción de hipermedia para racionalizar nuestro acceso al ingente caudal de información que estamos generando. De hecho, el Altair tampoco era exactamente el primer ordenador personal en ser comercializado (probablemente ese honor lo merezca el Scelbi8H, un kit comercializado en 1973 por la Scelbi Computer Consulting). Pero MIcro Intrumentation Telemetry System (MITS), la empresa que lo desarrolló, consiguió vender 2000 unidades del Altair en 1975, un número muy superior al de cualquier otro kit del momento.

El Altair tampoco era ninguna maravilla tecnológica. Basado en el procesador 8080 de 8 bits de Intel, tenía 256 bytes de memoria (¡una cuarta parte de un kilobyte!). Los accesorios como teclado, monitor y dispositivos de almacenamiento había que comprarlos aparte, y no venían con ningún software, sistema operativo ni programa alguno, por lo que, para introducir información, la única posibilidad era, de entrada, manipular los interruptores de su panel frontal uno a uno para cada dígito binario. Además, al venderse en forma de kit (los kits eran equipos que se vendían desmontados en componentes sueltos), como la mayoría de los primeros ordenadores personales, el Altair limitaba su atractivo a los aficionados cuya pasión por la informática y la electrónica superaba el mero interés para alcanzar el estadio de verdadero hobby, requisito indispensable para conseguir montar esos primeros aparatos que, por otro lado, hacían bien poco una vez ensamblados. Eso suponiendo que funcionaran, porque la calidad de la mecánica de la máquina dependía en gran medida de la habilidad del montador y, en muchos casos, el usuario no conseguía salir airoso de la empresa. Sin embargo, esto no sería ningún freno para los primeros compradores. El Altair les estaba dando a todos ellos la posibilidad siempre soñada: dejar de hacer cola para poder usar sólo durante unas pocas horas alguno de los grandes sistemas que había en universidades o empresas y poder disponer de todo un ordenador en casa. No importaba que el Altair fuera una simple carcasa, un transformador, una placa lógica con un chip y 256 bytes de memoria y unos meros interruptores como única forma de interactuar con la máquina. No importaba que se tardara horas en montar tal aparato y que, de lograrse, uno tuviera que entenderse con el ordenador con lenguaje máquina (es decir, mediante códigos numéricos, al menos hasta que no se suministrara con el BASIC desarrollado por los fundadores de Microsoft, que, por otro lado, hacía bien poco más que informar de su presencia). No importaba que no existiera ni un solo programa para el Altair y que hubiera que confeccionárselos uno mismo o que no se dispusiera de ningún tipo de almacenamiento y al apagar la máquina toda la información se esfumara. Nada de esto importaba porque las posibilidades eran evidentes.

El Altair del MITS no sólo abrió de par en par el mercado del ordenador personal sino también el de las ferias, los canales de distribución, las revistas de informática, los grupos de usuarios, los intercambios de software y, en general, el de toda una nueva industria que estallaría en pocos años. Y es que la creación del Altair se subscribía a toda una filosofía.

A principio de los años setenta, un pequeño grupo de lo que se ha dado en denominar "rebeldes tecnológicos" (porque no aceptaban los planteamientos de las grandes empresas líderes como IBM o DEC Computer) se decidirían a crear su propia empresa y a desarrollar el Altair 8800 con un único fin: liberar la tecnología, hacer la informática asequible a millones de personas y hacerlo tan rápido que el gobierno de los Estados Unidos no pudiera reaccionar al respecto. El grupo consideraba al ordenador personal como una arma que los individuos podían utilizar para defenderse de las grandes empresas, del poder y del gobierno. Básicamente, toda la filosofía de esos primeros rebeldes informáticos pasaba por crucificar al gobierno y a las grandes corporaciones que, como la compañía telefónica, controlaban las comunicaciones y las nuevas tecnologías. Lanzado en enero de 1975 con el nombre de una de las estrellas más brillantes del universo, el Altair fue definido por la revista Popular Electronics como el primer equipo de miniordenador que rivalizaba con los modelos comerciales. Costaba 395 dólares (unas 50.000 Ptas.).

El Altair no destacaría por sus características pero abriría el apetito informático a un montón de jóvenes que, al margen de las grandes empresas que habían marcado el devenir de la industria hasta el momento (y de donde habría sido más lógico que proviniera la nueva generación de ordenadores), definirían el ordenador del futuro.

El club de los usuarios del ordenador doméstico

El lanzamiento del Altair sirvió para que se fundara el Homebrew Computer Club (HCC) o Club de los ordenadores caseros. Aunque el HCC tenía un claro antecedente en la People's Computer Company (PCC), una asociación que se reunía en Menlo Park y que se había creado en 1972 con el propósito de desmitificar los ordenadores. La PCC era una asociación informal donde los veintitantos entusiastas que se congregaban durante sus reuniones, no tenía miembros como tal, aprendían los "misterios" de la informática. Era una especie de club social y de empresa informática a la vez. Pero el advenimiento de los ordenadores personales, máquinas pequeñas y compactas y utilizables por cualquiera, les hizo urdir una nueva sociedad que montaría sus propios ordenadores con sus propios recursos. Y así nació el club de los ordenadores domésticos.

La HCC se fundó el 5 de marzo de 1975 y a ella concurrieron treinta y dos personas. Inicialmente, las reuniones se celebraban en un garaje de Menlo Park aunque después tuvieron que trasladarse a un auditorio del recinto universitario de Stanford dado su fuerte crecimiento. En mayo ya tenía ciento cincuenta miembros y al final de su etapa más de 500.

Los miembros del club compartían las actitudes e inquietudes contraculturales de toda el área de San Francisco. El club censuraba la "comercialización" de los ordenadores y apoyaba la iniciativa de dar poder informático a la gente. Compartían en suma los mismos ideales de los primeros hackers o piratas informáticos (cuando este concepto aún no era sinónimo de terrorismo digital). Hay que tener en cuenta que en aquella época la idea de un ordenador que pudiera ser utilizado por una sola persona era revolucionaria y fue adoptada por estos radicales tecnológicos como su aportación a la contracultura. Trasladar el poder informático del Estado y las grandes corporaciones a la gente de la calle era lo que siempre habían soñado y esas nuevas máquinas parecía que podían dárselo.

De entusiastas a empresarios

Así, entorno al HCC fueron reuniéndose algunos de los más brillantes y jóvenes cerebros de esa subcultura que nacía con fuerza. Actualmente, por hacking o pirateo informático se entiende el acceso no autorizado a ordenadores o sistemas informáticos ajenos, la creación de virus, bombas informáticas e incluso el robo y espionaje a través del ordenador. Pero a principios de los años setenta, los hackers eran simplemente grandes entusiastas de la tecnología en general. De hecho, este colectivo no había nacido con los ordenadores personales sino que su aparición era mucho anterior. Los hackers tienen sus antecedentes en los "phreakers" telefónicos. Si los primeros manipulaban sin autorización los ordenadores, los segundos hacían lo propio con las redes telefónicas para efectuar llamadas de larga distancia de manera gratuita. El "phreaking", una especie de pasatiempo completamente apolítico al principio, fue adoptado por los rebeldes de la informática que conformarían el movimiento contracultural que se desarrolló en paralelo al nacimiento de los primeros ordenadores de uso personal. Muchos de estos primeros phreakers se convertirían inmediatamente en hackers al nacer los ordenadores personales guiados por la misma curiosidad que las había impulsado a ser phreakers. Los dos grupos se fundirían para formar una subcultura de la alta tecnología.

Los primeros hackers fueron un grupo de genios tecnológicos del Massachusetts Institute of Technology que se dedicaban a trabajar juntos para crear programas para los nuevos sistemas que se desarrollaban. Estos hackers o piratas de los setenta conformaban el grupo de jóvenes programadores más brillantes y rápidos del momento. Por su estilo de vida, se apartaban por completo de todos los convencionalismos. Tenían costumbres peculiares: a menudo trabajaban hasta altas horas de la madrugada o se pasaban noches enteras sin dormir, no prestaban ninguna atención a la forma de vestir ni les importaban los hábitos sociales más corrientes. Eran anárquicos. Tenían una misión: derribar las fronteras de la informática dominante, explorar las nuevas áreas tecnológicas para llegar a donde nadie había llegado antes y poner a prueba todos los límites de la ciencia. Su credo, si es que puede decirse que tuvieran uno, ha sido definido por algunos como "mirar sin tocar". Para ellos, el acceso a los ordenadores de todo el mundo tenía que ser ilimitado y total pero funcionando bajo un código de ética: mirar pero no tocar significaba el derecho a penetrar en los ordenadores pero no a manipularlos. La progresiva desvinculación de los hackers a esta regla los ha convertido en los actuales bárbaros digitales que disfrutan por el mero hecho de destruir e ir contracorriente. Su único credo actual podría resumirse en "saltarse todas las normas".

Pero no todos los primeros phreakers y hackers acabarían siendo piratas de la informática en la acepción actual de este término. De este colectivo de locos entusiastas surgirían los fundadores de algunas de las empresas más importantes de la actualidad como Microsoft o Apple Computer. Bill Gates y Paul Allen desarrollarían una versión de BASIC especialmente para el Altair 8800 en su recién creada empresa y Stephen Wozniak y Stephen Jobs formarían parte de los fundadores del Homebrew Computer club.

Motivados por el éxito del Altair, los miembros del HCC empezaron a realizar sus propios diseños utilizando componentes tomados prestados de otros ordenadores. De entre ellos destacarían enseguida Jobs y Wozniak por su decisión de construir y comercializar las cajas azules que permitían hacer llamadas telefónicas gratuitamente. El primer Apple surgiría casi por accidente. La falta de recursos económicos obligó a Wozniak a construirse su propio ordenador, de haber dispuesto de dinero posiblemente se habría limitado a comprar alguno de los populares kits que estaban en el mercado. Wozniak lo construiría en parte para impresionar a sus colegas del club.

Las ideas de democratización y accesibilidad de todos a las nuevas tecnologías que guiaban a muchos de aquellos jóvenes son el mejor reflejo de lo que representaba el giro que la revolución de la informática personal y, en especial, más tarde, la revolución en las interfaces, daría al sector y la industria en general. Obviamente, este gran salto no se daría con las ideas más anárquicas y antisistema de la contracultura de los setenta y principios de los ochenta, sino con la mentalidad abierta y emprendedora de algunos de esos primeros entusiastas de los ordenadores que comprenderían la necesidad de universalizar el acceso a la tecnología y tendrían claro cómo hacerlo: humanizándola. Sorprendentemente, esta nueva tendencia surgiría de reductos tan apartados de las grandes empresas, con muchos recursos para la investigación y el desarrollo, como son los primeros hackers. Aunque tal vez no sea tan extraño, pues la lógica por la que estas empresas se guiaban seguía una dinámica completamente indiferente a las necesidades de los usuarios. La revolución sólo podía salir de un sitio: de los propios usuarios.

 

Y TAMBIÉN...

Phreakers y hackers famosos

Steve Jobs y Steve Wozniak, fundadores de Apple Computer, fueron en sus comienzos dos afanados phreakers (Berkeley Blue y Oak Toebark eran, respectivamente, sus apodos para mantenerse en el anonimato) que se dedicaron a comercializar unos curiosos y sencillos aparatos que permitían realizar llamadas telefónicas fraudulentas, es decir, sin pagar. Estos aparatos eran profusamente utilizados para realizar llamadas internacionales o de larga distancia, en una época en que este tipo de llamadas eran muy poco habituales por su elevado coste.

De la anticultura, el antisistema y el antigobierno a la multinacional

Para los phreakers, defraudar a la compañía telefónica era casi un derecho de todos los ciudadanos, tal era su fobia contra esta gran corporación. Sin embargo, algunas de aquellas jóvenes mentes rebeldes y antisistema se desvincularían paulatinamente de esta ideología para desarrollar un nuevo espíritu empresarial: el de las empresas nacidas en garajes y convertidas en multinacionales.

 

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