Capítulo 18
¿Y después qué? Claves para entender el futuro
In the future, people will need to work naturally at their homes, on the train, on airplanes, and in fast-food restaurants between appointments, with full access to their information space and their friends and coworkers. Their computers will become part of their lives, as natural an extension of their minds as a pen or pencil is of their bodies. They will need the kind of harmonious environment (...).
En el futuro, la gente necesitará trabajar de forma natural en sus casas, en el ferrocarril, en los aviones y en los restaurantes de comida rápida, con acceso completo a su espacio de información y a sus amigos y compañeros de trabajo. Sus ordenadores se convertirán en parte de sus vidas, una extensión natural de sus mentes como un lápiz o un bolígrafo lo son de sus cuerpos. Necesitarán el tipo de entorno armonioso (...)
Bruce Tognazzini.
Y lo único que queda ya por preguntarnos es a lo que hace referencia el título de este capítulo. ¿Y después qué? o más bien ¿y ahora qué? porque en pocas áreas el "mañana" se convierte tan rápidamente en "ahora".
La realidad es que al camino en pos de una tecnología amigable, humanizada, aún le queda un largo trecho por recorrer. A pesar de los innumerables avances que se han ido produciendo, la tecnología aún está a años luz de lo que debería ser (aunque nadie sabe a ciencia cierta cómo definir este "debería ser"). Es cierto que el paso más importante ya ha sido dado: reconocer que hay que trabajar por una tecnología centrada en el individuo. El problema ha sido también identificado y ampliamente definido: el hombre no debe adaptarse a la tecnología, es ésta la que está al servicio del ser humano y la que tiene que evolucionar en este sentido. Pero los ordenadores aun distan mucho de ser máquinas potentes pero simples, sofisticadas en cuanto a resultados posibles pero no en cuanto a uso.
El futuro está a la vuelta de la esquina
También es cierto que empiezan a hacerse comunes en los ordenadores virtudes que hasta ahora parecían de ciencia ficción: el reconocimiento de voz (la interacción con el ordenador mediante el habla), las tecnologías por infrarrojos (el fin de los engorrosos cables), los sistemas o asistentes inteligentes (los llamados "ordenadores de bolsillo"), la concentración de todos los sistemas de comunicación en uno (el ordenador-teléfono-módem-fax-televisor), etc. Pero, posiblemente, lo que realmente nos depara el futuro está aún lejos de lo que el visionario más ferviente sea capaz, hoy por hoy, de imaginar. Igual que nuestros antepasados jamás imaginaron todo el mundo virtual que las redes de comunicación nos ofrecen cada día (correo electrónico, tiendas virtuales, conferencias y forums con gente de todo el mundo, contacto con diferentes culturas) posiblemente nosotros aún no seamos capaces de poder imaginar todo lo que se nos avecina.
Sin embargo podemos hacernos una idea. Especialmente a corto plazo. Imaginar cómo evolucionaremos en los próximos diez años es bastante factible, posiblemente sólo es cuestión de hacer una lista de todas las nuevas tecnologías de las que ahora se empieza a hablar o a perfilar, especialmente en el marco de las comunicaciones e Internet, y anticipar su aparición real en el mercado. Probablemente el ordenador del futuro más inmediato se encenderá con nuestra voz, nos recordará las tareas pendientes, nos corregirá cuando nos equivocamos, nos filtrará las llamadas telefónicas, estará conectado permanentemente con el resto del mundo y será nuestro colaborador más fiel y eficaz. De aquí a diez años las máquinas serán cada vez más potentes y dispondrán de mayor capacidad de almacenamiento y gestión de los datos con un menor coste y el ordenador personal se consolidará como el electrodoméstico más importante de la casa (en el momento de escribir este libro en el mundo occidental ya se estaban vendiendo más ordenadores personales que aparatos de televisión). Sin embargo, el plazo hasta el que somos capaces de imaginar es realmente muy corto, estos diez años inmediatos no son nada aunque verán nacer muchas nuevas tecnologías. Pero más allá se nos hace realmente difícil de precisar. Podemos deducir que seremos una sociedad absolutamente conectada e informada y con acceso inmediato a toda nuestra memoria colectiva, podemos argüir que el ordenador personal como tal desaparecerá para pasar a ser omnipresente en todos y cada uno de los dispositivos susceptibles de ser programados, manipulados u optimizados (más que "un ordenador" será un conjunto de ellos, una interminable lista de agentes inteligentes, como los denominan algunos, esparcidos por nuestro entorno). Podemos imaginar que en el futuro será inconcebible que todas las "unidades" con un chip procesador no estén permanentemente conectadas al espacio virtual y que estando siempre activadas se desconecten por si solas y se vuelvan a conectar por motivos de ahorro energético y racionalidad. Podemos suponer que las formas de transporte y comunicación actuales quedarán superadas e incluso podrían desaparecer ante la eficacia, efectividad y rapidez de las transmisiones electrónicas. Posiblemente todo, absolutamente todo lo que podamos hacer con un ordenador (con cualquier máquina con un procesador, bien sea la nevera, la cocina, la plancha o la impresora) será tan sencillo como pronunciarlo con nuestros labios: "arranca el procesador de textos", "abre una hoja en blanco", "escribe lo que te voy a dictar...", "pégale el membrete de la empresa e imprímelo en la impresora de la segunda planta". O "abre el reproductor de vídeo", "grábame la película del canal 4 de esta noche", "envíale una copia a Pedro" y "mañana recuérdame que la vea". Y aún podemos ir mucho más lejos e imaginar que la ciencia conseguirá hacer realidad los viejos sueños de las películas de ciencia ficción y podremos viajar en el tiempo (hacia adelante o hacia atrás), trasladarnos a miles de quilómetros en segundos (descomponiéndonos molecularmente), desarrollar personalidades y caracteres a medida (mediante técnicas de clonaje y perfeccionamiento) e invertir el tiempo de trabajo y ocio de la sociedad (trabajaremos dos o tres horas al día durante tres o cuatro días a la semana). Pero difícilmente podemos prever todos los cambios que la tecnología nos aportará por la sencilla razón de que en la actualidad no existen los parámetros ni elementos a partir de los cuales imaginarlas. Aún no se han inventado. Las limitaciones de la técnica actual y de nuestra propia mentalidad esculpida y modelada para una época y una sociedad concreta nos impiden superar ciertas barreras. Si a ello sumamos el vertiginoso crecimiento al que nos somete el progreso actual la dificultad aun es mayor porque el ritmo de los avances tecnológicos se sucede con tal rapidez que cada vez se requiere menos tiempo para conseguir avanzar un paso más y cada vez este paso es mayor, y nuestra capacidad para predecirlo a largo plazo menor.
Sin embargo, a pesar de ello hay algo que considero obligatorio para que el progreso no cese: la humanización creciente de la tecnología y especialmente de las máquinas más inteligentes de las que disponemos y que ahora denominamos ordenadores. Esta humanización vendrá en forma de simplificación, de conseguir que utilizar cualquiera de estas tecnologías sea sencillo y, aún mejor, divertido. Con el tiempo, las máquinas inteligentes, distribuidas por todos los rincones de nuestra vida, nos sonreirán, nos aconsejarán e incluso nos consolarán mejor que muchos humanos y utilizarlas será más fácil de lo que jamás hayamos imaginado. Y esta misma humanización de la tecnología servirá para anular los temores y miedos que muchos aún sienten por estos hijos del progreso. Aunque ello nos cueste, por el camino, algunos sinsabores, especialmente en el mal uso puntual de estos avances, algo de lo que difícilmente nos salvaremos.
Un derecho universal
En un plano más cercano, el mayor problema y reto con el que nos enfrentaremos será el de democratizar todos estos avances. Las nuevas tecnologías indefectiblemente llegarán y madurarán pero, para que ello redunde en beneficio de todos, deben alcanzar al máximo número posible de personas, deberán popularizarse y extenderse como el teléfono, la televisión o la radio hicieron en su día. O aún más si cabe. En el mundo hay millones de familias cuyas restricciones llegan a privarles de bienes tan básicos como los alimentos y la educación pero, sin embargo, muchas de estas familias dedican gran parte de los escasos ahorros familiares a adquirir un televisor, el rey de la segunda mitad de este siglo. Durante el próximo siglo algo parecido ocurrirá con los ordenadores, o como quiera que pasemos a llamar a nuestras máquinas inteligentes. Las nuevas tecnologías tienen que ser consideradas un derecho de todos los ciudadanos del mundo, un derecho universal, porque en ellas se encontrará buena parte del progreso de toda nuestra sociedad.
Por ello, será injusto que millones de personas queden atrás con interfaces obsoletas y restrictivas, sistemas que no ayudan a pensar, que limitan sus capacidades intelectuales. Todos estos usuarios, la mayoría de países subdesarrollados, tienen derecho a participar del futuro en igualdad de condiciones y a poder utilizar sistemas que, como explicaban los protagonistas de los primeros capítulos de este libro, ayuden a aumentar el intelecto humano.
Los factores que están cambiando el concepto de interfaz
Dos son los aspectos principales que más están contribuyendo actualmente a modificar el concepto de interfaz. Uno es la propia obsolescencia de los sistemas actuales y el otro es, como no, Internet.
Puede afirmarse que todas las interfaces del usuario que se utilizan prioritariamente en la actualidad fueron diseñadas hace diez años o más, y curiosamente han evolucionado muy poco desde entonces. En consecuencia, la mayoría de sus características fueron pensadas para las necesidades y el hardware de otra época. Todas han podido sufrir, y así ha sido, sucesivas operaciones de modernización, pero su núcleo básico sigue siendo el mismo que hace diez años y en su mayor parte los cambios sólo han sido cosméticos. Esto es aplicable en mayor o menor medida a los principales sistemas operativos actuales con una interfaa gráfica del usuario. Algunas de estas características básicas se han convertido en todo un lastre, en un obstáculo insalvable para avanzar en esta imparable carrera tecnológica en la que estamos inmersos.
Pero el aspecto que más está contribuyendo a redefinir la interfaz del usuario y que mayor peso jugará a partir de ahora es Internet. Su influencia pasa por tres puntos:
Primero por la necesidad de integración de los espacios de trabajo diarios del usuario con Internet.
Segundo por el paso de la metáfora del escritorio, una concepción de la informática centrada en el documento, a la metáfora del canal, una visión centrada en la red.
Y tercero por la necesidad de poder acceder a nuestro espacio de trabajo desde cualquier punto.
El primer punto, la integración del entorno de trabajo diario con la red, proviene de la necesidad de disponer de un único entorno, de unificar las aplicaciones productivas con el acceso a la información. Esto significa que desde cualquier aplicación con la que trabajemos habitualmente tenemos que poder acceder a los contenidos de Internet. Ello supone en suma la integración, en una, de las dos metáforas: la del escritorio, con la que funcionan los ordenadores personales, y la de la red, con la que funciona Internet. Las propuestas actuales al respecto son varias y están lideradas por empresas como Microsoft, Apple o Netscape. Las opciones van desde integrar el escritorio de trabajo y todas las aplicaciones productivas a Internet (Microsoft con Desktop Active) a integrar Internet al escritorio de trabajo (Netscape con Constellation) o pasar a trabajar mediante componentes separados o módulos a los cuales se integraría la red (Apple, por ejemplo, lo intentó con OpenDoc y Cyberdog).
Pero aún más importante que esta integración de la interfaz de Internet con la interfaz del espacio de trabajo habitual es el giro que da el flujo de información. Buena parte de las propuestas actuales entienden que, dado el ingente caudal informativo que recorre la red y el problema creciente del conocimiento acumulado, la metáfora debe tomar otra dirección en lo que se ha denominado la nueva "metáfora del canal". En las nuevas interfaces ya no debe ser el usuario el que acuda a buscar la información tanto dentro como fuera de su ordenador. Debe ser ésta la que le encuentre a él. La información debe fluir hacia el usuario siguiendo unos parámetros marcados por éste en función de sus intereses, necesidades y objetivos. La interfaz del futuro estará preparada para recibir un flujo informativo constante sobre las noticias que cada mañana debamos leer, para actualizar automáticamente nuestros documentos con datos variables sitos en Internet y para recoger puntualmente de la red las nuevas actualizaciones de los programas con los que trabajamos. Deberán inventarse las aplicaciones que nos filtren y recojan la información y que, en definitiva, realicen una selección personalizada de ésta.
El tercer aspecto en que Internet está influenciando al diseño de la interfaz del futuro es en la posibilidad, que la propia red por sus características ofrece, para acceder a la información desde cualquier lugar. La integración del escritorio con Internet o de Internet con el escritorio, como se prefiera, abre a su vez el acceso a nuestro entorno de trabajo estemos donde estemos y desde cualquier máquina. Otra de las propuestas que se están pronunciando dibuja un panorama independiente de la máquina. La posibilidad de acceder a nuestro propio entorno de trabajo desde cualquier punto se basa en la idea de que nuestro ordenador ya no estará conectado a la red sino que estará "en" la red. Ello plantea una interfaz independiente de la plataforma y, por lo tanto, la necesidad de unificar los diferentes sistemas para universalizar este acceso y minimizar las curvas de aprendizaje.
Personalizar, o una interfaz distinta para cada uno
Otra megatendencia en el diseño de las interfaces es la personalización del entorno de trabajo. Las experiencias sufridas hasta ahora con los sistemas actuales ha demostrado que no existe una interfaz ideal para nadie. Existen, en cambio, distintas necesidades para distintos grupos de personas. Los niños, los estudiantes, los profesionales, la gente mayor y los científicos, por poner algunos ejemplos, requieren de formas diferentes de interactuar con las máquinas y la interfaz del futuro debe ser maleable hasta este punto. La interfaz debe serlo todo: sencilla y sofisticada. Debe permitir simplificar al máximo sus funciones para no confundir a personas inexpertas o de corta edad y al mismo tiempo debe ser lo suficientemente sofisticada como para que los que requieran de toda su potencia puedan aprovecharla. Esto no tiene porque significar restringir a unos y dar más a otros sino ser capaces de crear sistemas flexibles para cada caso y cada momento (una misma persona puede requerir de distintas interfaces según actividades o etapas vitales).
Romper con lo "normal"
Y, finalmente, debemos ser capaces de romper con las ideas tradicionales de lo que se considera "normal" a la hora de utilizar un ordenador o máquina inteligente de cualquier tipo. Algunos investigadores actuales postulan al respecto por la búsqueda de alternativas para sustituir al ratón y los iconos tal y como los conocemos ahora y por una visión menos centrada en el teclado. El concepto de movimiento por la pantalla del ordenador realmente es casi idéntico hoy en día al del primer prototipo de sistema gráfico con ventanas y ratón que Douglas Engelbart presentara en 1968. Cierto es que se ha sofisticado mucho pero su esencia es la misma y seguimos dependiendo fuertemente del uso del teclado. El replanteamiento de los conceptos básicos de la interfaz gráfica actual vendrá sin duda impulsado por los avances tecnológicos pero cabe pensar que estos se pueden adelantar, o incluso modificar, si nosotros conseguimos imaginar formas más lógicas e intuitivas de interactuar con las máquinas (desde las que ya son casi una realidad como con la voz, hasta las más inverosímiles como gesticulando con el cuerpo, con expresiones faciales, o con el pensamiento).
Las nuevas formas de acceso a la información, la integración de nuestro entorno de trabajo cotidiano a ellas, la necesidad de personalizar los espacios de trabajo y la obligación de replantearnos muchos de los mecanismos de funcionamiento actuales son sólo algunas de las claves que esconden lo que algunos han dado en llamar la "próxima revolución", la que supere el concepto actual basado, en el fondo, en una metáfora imaginada hace más de veinte años.
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