Acabáramos…
El cabreo del día. Ya tengo asumido, como parado, que mi mucho tiempo libre lo voy a tener que ir repartiendo entre comerme el tarro para encontrar alguna actividad rentable, atender sinrazones burocráticas que se consideran muy importantes (no vaya a ser que me dé la depresión si me quedo sin hacer nada), y el mucho tiempo que voy a necesitar para sentarme a respirar reposado para recuperar el equilibrio perdido por dichas sinrazones.
Como además el recorte de tarifas telefónicas me impide acceder a Internet rápido (subir las 466 palabras de este post me ha tardado tres minutos) y no estoy dispuesto a pasarme horas delante de la pantalla esperando a que se descarguen bits que van a caer a los bolsillos de Montoro, sólo me conecto una vez al día para ver el correo.
Y hoy, que lo sepáis, vivir sin Internet es como volver a la prehistoria.
Voy a cargar ésto en mi blog antes de que el Sistema me lo impida. Si no lo podéis leer, es que no he llegado a tiempo.
Acabáramos!…
con Montoro.
Un buen día el señor Montoro se despachó agusto por los pasillos del Congreso: «que se hunda (España), que ya la rescataremos nosotros».
Después de dos años en el poder empieza a vislumbrarse la brillante solución que tenía preparada: mando al paro a un número importante de operarios telefónicos y los sustituyo por tarjetas de voz, que además cotizarán a mis amigos de Teleafónica.
Vengo de sufrir una afrenta (una más) de parado. Necesito un certificado de vida laboral y acudo a la SS. Respuesta que me llama la atención en principio: puedes dejarla solicitada aquí y te tardará 15 días en llegar, o puedes solicitarla por teléfono y te llega en 4 días.
Bueno, no hay duda ¿no?: dame el número de teléfono al que tengo que llamar.
Es un 901. Llamo y me toca enfrentarme a una cascada de tarjetas de voz que me van preguntando hasta por la talla de mis calzoncillos. Al final, un fallo de una letra invalida los tres minutos de conexión telefónica (a precio de 901) y pasa la conexión a una operadora, a la que le tengo que repetir todos los datos que le había dado ya a las tarjetas (¿no los podían haber ido grabando?).
Claro, me quedo con la sensación de haber sido objeto de un chantaje mayúsculo: me venden la moto de que una gestión por teléfono va a ser más rápida, pago por ello, y me encuentro de conejillo de indias de un sistema defectuoso que los diseñadores están probando con quienes aceptamos pagar por un mejor servicio. Es como si me venden un ordenador con el sistema operativo sin terminar y después de pagar por él, le tengo que ir informando al vendedor de los sucesivos fallos que me da para que los vaya corrigiendo.
De juzgado de guardia.
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Ponferrada 1953
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