Libros
En 1970 se empezaba a implantar el ISBN (el código de barras de los libros). Hasta 1983 no hubo ordenadores accesibles para pequeños negocios como librerías. Hasta 1990 los «lectores de código de barras» no permitieron que el ISBN fuese operativo. En el 2000 la difusión de los móviles y los formatos electrónicos de libros permitieron pensar en el eclipse del libro clásico como objeto.
En el 2010 pocas, muy pocas librerías tienen instalado un sistema integrado de gestión. La mayoría no pasa de una caja registradora que poco a poco se va conectando a Internet y descubriendo que hay otros mundos.
Hoy (2013) ya se dan las condiciones para tomar conciencia de los sistemas integrados. Lo que no invalida a la librería de barrio, al contrario, la potencia. Porque cualquiera, desde el salón de su hogar, se puede enterar por la prensa de una novedad editorial y, desde el mismo sillón, decirle a la librería de la esquina: tráeme «El tranquista malherido» que veo que ha editado «Simpapel libros«. Y pasar la semana que viene a buscarlo.
Todo un nicho de actividad que está esperando a que los esforzados parados (que en realidad no nos paramos nada) agucemos el ingenio.
La imperiosa necesidad de documentar todo lo que decimos o creemos representa un nicho de actividad para ocupar a los seis millones de parados y más.